Para cuando un río muere

Era como un hilo de agua,
un dios menor que tejía su destino,
una vena abierta en la tierra
que latía, latía sin descanso.

Yo lo vi,
brincando entre las piedras
como un animal travieso,
arrullando las raíces
de los sauces inquietos,
despertando las bocas sedientas
de los hombres,
de los campos,
de los pájaros.

Ahora es un surco seco,
una cicatriz que nadie recuerda.
Ni las mujeres que lavaban en sus orillas
sus culpas, sus penas, sus ropas.
Ni los niños que hacían barcos de papel
con su inocencia.

Alguien dijo que lo mataron.
Pero no hubo juicio, ni luto,
ni cruz que lo nombrara.

Sólo quedó la noche
cubriendo las piedras lisas
donde antes cantaba.
Murió como mueren las cosas eternas:
en el silencio.

(El derrame de más de 25.000 barriles de petróleo en Esmeraldas, provocado por la rotura del Sistema de Oleoducto Transecuatoriano (SOTE), se ha convertido en una de las peores tragedias ambientales de la región. El impacto ha sido devastador para el ecosistema y ha puesto en riesgo a miles de personas que dependen del mar y la tierra para su sustento. Aunque el suministro de agua potable se ha restablecido en algunas zonas, la pregunta sigue en el aire: ¿qué pasará con el río, con los animales y las plantas que habitan en él?)