
Uno,
despierte temprano
(no importa si no durmió,
la paranoia no tiene horario).
Dos,
rece lo que se acuerde:
aquí los santos también tienen miedo.
Tres,
salga de su casa como quien entra a una ruleta rusa
—con las llaves en una mano
y el corazón en la otra—.
Cuatro,
si escucha una moto,
no corra:
igual le va a tocar si le toca.
Dios ya no trabaja en esta zona.
Cinco,
hable bajito,
no opine,
no proteste.
El narco tiene oídos en las paredes
y amigos en las urnas.
Seis,
si vuelve a casa,
abrácese.
Usted es una estadística que falló.
Tenga en cuenta que los niños juegan a ser sicarios,
los presidentes a ser ciegos,
y nosotros,
jugamos a no morirnos hoy.
(Este poema nace desde el dolor y la indignación. Es una respuesta a la creciente violencia que azota a nuestro país, que hoy tristemente se posiciona como el más violento de América Latina. Frente a esta realidad desgarradora, y ante la ausencia de un gobierno que proteja y escuche, la palabra se vuelve resistencia)